jueves, 5 de septiembre de 2013

De mujer a ministro.



Hace unos días leía en la prensa que nuestro ministro de justicia, el señor Gallardón, aprobará en octubre la contrarreforma de la ley del aborto.  La nueva ley nos hará retrotraernos al año 1985 en el que solo se contemplaba el derecho a la interrupción del embarazo en tres supuestos: violación; daño para la vida, salud física o psíquica para la madre; y malformaciones físicas o psíquicas del feto. Pero lo peor de todo es que me sentí hasta aliviada, ya que lo que planteaba en un primer momento el ministro era la eliminación del tercer supuesto, y eso ya si que nos ponía el vello de punta.

¿En qué estaba usted pensado cuando se le ocurrió esa brillante idea? Déjeme adivinar, en lo mismo en lo que pensaba su Consejo de Ministros cuando aprobó la reforma de la Ley de Dependencia, reduciendo un 15% la ayuda al cuidador.

Es decir, no solamente pretendía usted obligarnos a traer al mundo a una persona dependiente sin permitirnos preguntarnos si estábamos capacitadas para hacer frente a esa situación el resto de nuestra vida, sino que además pretendía que lo hiciésemos con las zancadillas que nos pone su propio Gobierno.

Afortunadamente, esta postura ultraconservadora chocó hasta con algunos miembros de su propio partido y eso le hizo replantearse su aplicación; pero no por ello piense que vamos a aceptar su contrarreforma, y me va a permitir que le explique por qué:

En primer lugar, el comité de Derechos  Humanos, el de la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, el de Derechos del Niño, el de Derechos Económicos, Sociales, y Culturales, entre otros, defienden la interrupción del embarazo como uno de los derechos sexuales y reproductivos.

Y mire usted, señor ministro, me va a permitir que le diga que en un país con un grave problema de desempleo, en el que probablemente tenga que trabajar por un salario mínimo, con un horario incompatible con las horas de atención que requiere un niño y bajo la amenaza de poder ser despedida en cualquier momento y desahuciada por no poder pagar una hipoteca; me plantee si deseo ser madre.

Además le diré que no me parece recomendable traer a un hijo al mundo en un hogar donde no es deseado, en una familia que no puede hacerse cargo de él o en un entorno inapropiado para su desarrollo.
Y entenderá que en cualquiera de estos casos, la decisión de interrumpir un embarazo es ya suficientemente difícil para una mujer, como para encima tener que soportar la demagogia de sus discursos criminalizantes.

Presupongo que ya sabrá usted que, entre otras cosas, esta ley dará lugar a que solo las mujeres con recursos económicos suficientes puedan permitirse abortar en otro país; o peor aún, que lo hagan de forma ilegal y precaria arriesgando su salud.


Pero aun así, usted continua defendiendo los intereses de la Conferencia Episcopal y claro… “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Y es que no me entra en la cabeza como en pleno siglo XXI la decisión de ser madre se deja en manos de un Gobierno que además se guía por principios propios de la primitiva moral judeocristiana que tanto daño ha hecho a los derechos de la mujer.