Tenemos
la costumbre de querer controlar por todos los medios las cosas que pasan a
nuestro alrededor, las manipulamos para que ocurran tal o como nosotros las
hemos soñado, repasamos una y mil veces las posibles situaciones que podrían
plantearse en el caso hipotético de que algo ocurriera o dejara de ocurrir. Nos
empeñamos en dejar todos los cabos atados y bien atados, pero resulta que
siempre hay alguno que se nos escapa, algún pequeño matiz de esa larga cadena
de sucesos que nos hemos imaginado, con total seguridad va a variar de nuestras
expectativas, alterando por completo el resultado que habíamos determinado en
nuestra cabeza.
Si hasta
nuestro estado de ánimo, el tiempo o las circunstancias que nos rodean hacen
que nos comportemos de manera diferente y a veces incluso nos
sorprendemos a nosotros mismos ¿Cómo vamos a pretender llegar a acertar la
reacción de otra persona sobre una situación hipotética que ni siquiera se ha
planteado?
Son
tan minúsculos los infinitos detalles que se nos escapan, que es prácticamente imposible
advertirlos, pero simultáneamente son tan infinitos los minúsculos detalles que
se nos escapan, que es totalmente imposible adivinar en las magnitudes en las
que alteran el resultado esperado.
Después
de tanto tiempo dándole vueltas y vueltas a la cabeza, intentando llegar a
conclusiones que en la mayoría de los casos han estado equivocadas, llegas a la
conclusión valida, aquella que ha estado ahí desde el principio. La conclusión que
te dice que por muchos planos que te traces en tu cabeza, no llegaran a
construirse, porque probablemente la casa que tu estas imaginando sea en realidad
un palacio lleno de jardines o incluso cuatro tablas de madera mohosas en mitad
de la playa mas bonita que habías llegado a soñar.