sábado, 18 de enero de 2014

Capitalismo. Causa y consecuencia.


Llevo un tiempo dándole vueltas a esta cuestión. Cada vez que me he dispuesto a interpretar el mundo he partido de la idea de que el sistema capitalista era la causa de todos los males que azotaban el planeta.
La destrucción del medio ambiente se debe fundamentalmente al afán desmedido de lucro por parte de las grandes empresas. Y esto no solo afecta a la devastación de nuestro entorno, sino que trae consecuencias a los propios seres humanos. El efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, la contaminación de las aguas, la tala masiva de hectáreas de bosque, el agotamiento de los recursos y las enfermedades derivadas de la contaminación ambiental son solo algunos de los ejemplos que ya estamos sufriendo en primera persona.

El capitalismo tiene como finalidad obtener el máximo beneficio en el mínimo periodo de tiempo posible, repartiendo posteriormente dicho beneficio entre los pocos dueños de las grandes corporaciones y contribuyendo así a la concentración de la riqueza. Para ello, se explota al trabajador y se eliminan costes de producción a través de la deslocalización o pasando por encima de la justicia ambiental.

Este gigante se alimenta de la fantasía de que todos pueden tener tanto como el que más tiene, algo completamente falso por la propia logística del sistema. Y a partir de esto construye una estructura de valores que se rigen básicamente por el poder económico, todos los valores sociales quedan relegados ante este, y se convierte en la única pieza que determina el resto de la maquinaria.



Pero ¿habría opción de que las cosas fueran de otra forma?

¿Ha sido el capitalismo realmente la elección final del ser humano? ¿La materialización de sus deseos primarios? Si nos diesen la oportunidad de volver a empezar a construir una sociedad, ¿llegaríamos al mismo punto? ¿Es el ser humano impulsado, por su propia naturaleza, a predominar uno sobre otro? ¿Acabaríamos siempre buscando el beneficio propio a costa de los demás? ¿Volveríamos a caer en la ambición y el ansia de poder por encima de los derechos del resto?  Frente a estas preguntas me atormentaba pensar en la desesperanza que me abordaría en el caso en que mi reflexión concluyera  con un gesto afirmativo. Pero entonces me percaté de que en realidad estaba haciendo una vasta interpretación de la teoría nietzscheana, reduciendo al ser humano a un mero animal sin escrúpulos luchando por convertirse en el más fuerte. Y la realidad demuestra lo contrario.

Muchas han sido las personas que han luchado por el bien común, que han descubierto a este gigante y se han atrevido a enfrentarlo. Y esa fé en las personas hace que el párrafo anterior se caiga por si solo.

Por supuesto que existe otra forma de hacer las cosas. Esta no ha sido la elección final de una sociedad, sino la voluntad de una minoría que se aprovecha de este sistema y que ha conseguido convencer a los demás de que es la única opción viable. El triunfo del capitalismo no se debe a causas naturales sino a un esfuerzo ideológico y un trabajo intelectual de agentes claramente identificables que consiguieron crear el abono con el que hoy se nutren nuestras instituciones, medios de comunicación, políticas y organizaciones.

Consumimos más de lo que nuestro planeta puede soportar. Nos convencemos de que nuestra felicidad está ligada a nuestro nivel adquisitivo. Pisoteamos nuestras motivaciones e ignoramos nuestro talento para ser productivos. Y trabajamos más de lo que nuestro país necesita para crear una plusvalía que no repercute en nosotros.


Entonces, si somos conscientes de todo esto ¿por qué seguimos pensando que es la única opción viable?

En palabras de Susan George “Si reconocemos que un mercado dominante, y que un mundo inicuo no son ni naturales ni inevitables, debe ser posible construir un contra-proyecto para un mundo diferente.” Y lo es.

No resulta tan disparatado creer en una nación que reparta igualitariamente su riqueza. En la que el incentivo sea la realización personal y no el enriquecimiento económico. En la que el talento no se vea coartado por los recursos económicos. En la que el Estado nos proporcionara vivienda, sanidad, educación y salario a cambio de servicios públicos. 
Y con un reparto del trabajo en el que los horarios respondieran a las necesidades reales de la producción necesaria.

Sin embargo cuando mencionamos que un ingeniero cobraría lo mismo que un pintor nos echamos las manos a la cabeza.

No podemos buscar un Estado igualitario si seguimos manteniendo el beneficio económico como el fin fundamental.

En ese Estado utópico una bailarina podría realizarse profesionalmente sin que su nivel económico fuese una traba, siempre y cuando tuviera el talento necesario para ello. Si por el contrario no lo tuviera podría seguir ejerciendo su pasión en un plano personal desempeñando otra función que devolviera los servicios cedidos por el Estado. En cualquiera de los casos podría sentirse realizada como persona manteniendo una buena calidad de vida y aportando algo al sistema.

No niego que la historia esté del otro lado al defender este modelo de sociedad cuando apelamos a regímenes totalitarios, pero debemos ser conscientes de que la historia se construye y nunca es tarde para cambiarla.


Y puede ser que aun todo esto nos resulte utópico y que encontremos miles de razones para creer que nunca llegará a pasar, pero recordando al filósofo y periodista italiano Gramsci: “Contra el pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad.”


2 comentarios:

  1. Me quedo principalmente con esto: "sin embargo cuando mencionamos que un ingeniero cobraría lo mismo que un pintor nos echamos las manos a la cabeza" ... a veces la igualdad no es alcanzable, yo personalmente apoyo una "desigualdad controlada" regida por la superación personal de cada uno... pero un término tan confuso sería difícil de controlar :/

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