La Agencia Europea de
Medio Ambiente alertó el pasado año de que un 90% de la población urbana de
Europa está expuesta a concentraciones contaminantes que son perjudiciales para
la salud.
Este porcentaje
podría no impactarnos a priori, pero tal vez la cosa cambie si contemplamos el
efecto que tiene en las 400.000 personas que murieron de forma prematura a
causa de ella en 2010 en Europa. Es
decir, más de 10 veces las muertes por accidentes de tráfico.
Ciudades
como Madrid y Barcelona incumplen la legislación europea en cuanto a las
emisiones de dióxido de nitrógeno que procede de los tubos de escape.
Pero
lo cierto es que ni siquiera esta legislación es suficiente para proteger
nuestra salud.
La
Organización Mundial de la Salud ha actualizado recientemente su guía de 2005
sobre los efectos negativos de los contaminantes y ha revelando que son mucho
peores de lo que se creía hace ocho años.
Sin embargo los límites que pone
Bruselas a la exposición de contaminantes no son los recomendados por la OMS y
la Comisión Europea parece estar haciendo oídos sordos al peligro que corre
nuestra salud a causa de este problema.
Si comparamos las
cifras de los últimos años nos damos cuenta de que se ha producido un descenso
de las emisiones, lo cual podría llevarnos a pensar que se están tomando
medidas al respecto. Pero lamentablemente no es así.
Si ahondamos en la
investigación y analizamos la coyuntura socioeconómica llegamos a la verdadera
razón de esta disminución. La respuesta la tenemos en la crisis económica que atraviesa
España estos últimos años.
Como consecuencia de
la crisis hay menos tráfico y menos actividad industrial. Lo que nos hace
concluir que la reducción de la contaminación se ha producido por factores
coyunturales y no por que se
hayan tomado medidas para reducir el tráfico, las emisiones industriales o las
calefacciones.
Por
otro lado, aunque la contaminación haya disminuido, el problema sigue ahí. Ecologistas
en Acción calcula que 7,7 millones de andaluces, el 92% de la población respira
cada día más contaminación de la que recomienda la OMS.
Ante esta situación
me preguntaba ¿No piensan las instituciones tomar medidas al respecto? E
inmediatamente volvía a relacionar los conceptos de industria, contaminación y
salud. El sistema se nutre de industrias, de decisiones de señores y señoras de
traje que solo buscan la rentabilidad económica, y de instituciones que
legislan a favor de estos. Nuestra salud se vende en las reducciones de costes
de las empresas mientras ellas se hacen más fuertes.
Cuando las
preocupaciones de un planeta giran en torno a cantidades monetarias resulta
difícil no perder el norte. Pero lo cierto es que esas personas que toman las
decisiones y esas otras que marcan los límites de emisiones, insuficientes para
nuestra salud, respiran el mismo aire que todos los demás; y que una cuenta corriente no hace inmune a
nadie, por muy gorda que sea.
Dicho esto y teniendo
presente todo lo anterior, no podemos perder de vista que es un buen momento
para atajar el problema. Falta voluntad política, sí. Pero el camino se hace
andando y somos muchas las personas comprometidas con nuestro planeta y nuestra
salud.
Sabemos, por ejemplo, que los
motores diesel emiten partículas que proporcionan un 50% más de riesgo de
sufrir infartos cerebrales y accidentes cardiovasculares. Pero también sabemos
que podemos fomentar la bicicleta, el transporte público o los trayectos en
vehículo compartido.
El cambio empieza en uno mismo y algún día
seremos nosotros los que realicemos campañas de concienciación, dirijamos
grandes compañías o ¿por qué no? Seamos los señores y señoras que tomen las
decisiones. Y entonces sí, sepamos hacerlo bien.
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