La palabra
Crisis es probablemente la más buscada en Google en los últimos años, y si no
lo fuera podría manipular fácilmente alguna estadística para que así lo
pensaseis. Al fin y al cabo nos lo hacen continuamente.
A mi
parecer lo más preocupante de la situación actual no es la crisis en aspectos
económicos, sino la crisis de identidad.
Durante
decenas de años, nuestro país se ha ido librando de todos los sistemas
represores que sometían a los ciudadanos y de esta forma nuestra sociedad ha
ido evolucionando, liberando a las personas y creando un Estado de Derecho que velaba por
las necesidades humanas.
Sin
embargo, aquel mes de julio de 1936 la barbarie se ponía sus botas de acero
para pisar cualquier resquicio de progreso. Desde entonces el panorama español
solo fue a peor, dando lugar a la mayor masacre que ha vivido nuestro país.
Años
más tarde llegó la transición y con ella “los hijos de la democracia”.
Y
ahí nos quedamos. En el año 75. Poniendo ocasionalmente parches a los grandes
descosidos, pero permaneciendo anclados a aquel entonces, sin pararnos a pensar
en que aquellos hijos de la democracia son ya nuestros padres.
Y aquí
estamos nosotros, llamando democracia a un sistema que nos permite votar una
vez cada cuatro años a unos grupos de representación ciudadana con unas listas
preestablecidas que se ampara en una
Constitución de hace treintaicinco años, en el mejor de los casos.
Siendo
testigos de cómo seis millones de personas están en paro, de cómo sacan a la
fuerza a cientos de familias de sus casas porque no pueden pagar la hipoteca,
de cómo nos recortan millones de euros en servicios de primera necesidad como
la educación o la sanidad para rescatar a la Banca. De cómo la mano invisible de Adam Smith
aprovecha la coyuntura económica y social para desproteger los derechos del
trabajador; o de cómo nuestro presidente se esconde tras un cristal para dar
ruedas de prensa en las que ni siquiera se aceptan las preguntas de los
periodistas.
Ante esta
situación es completamente lógico que
nuestro país atraviese esta crisis de identidad, cuando las propias personas
que lo habitamos somos irrelevantes para cualquier tipo de decisión que nos
concierne. ¿Qué es un país sin sus ciudadanos?
Por muchas
nauseas que me provoquen las gaviotas del PP, no puedo señalarlas como
causantes de la falta de humanidad que hoy dirige nuestras políticas. La
situación actual es el resultado de un sistema obsoleto que no hace más que
ocasionar problemas. El capitalismo tal y como lo conocemos es una maquinaria
totalmente oxidada haciendo saltar chispas que ya prenden fuego a muchos de
nuestros Derechos Humanos. Este sistema nos sirvió de gran ayuda y propició
numerosos avances científicos y tecnológicos, pero a día de hoy está muerto.
Todo
aquello en lo que creíamos se ha desmoronado, ocasionando una nube de polvo que
no nos deja ver quien somos. Pero es por eso mismo por lo que considero que ha
llegado el momento de hacer brotar algo nuevo, de dar un paso más en nuestra
Historia y de dejar de ser los nietos de la democracia para convertirnos en los
padres de una nueva revolución.