El
jueves pasado a las 6 de la tarde se convocó una manifestación por la educación
en la plaza de la Constitución, y no fui. No fui ni yo ni ninguno de mis
amigos. Y asusta.
Asusta
porque fuera lo que fuese que estuviera haciendo no era más importante que
luchar por mi futuro. Pero no fui.
Forme
parte de esa gran mayoría silenciosa a la que tanto he criticado. Y no era
propio de mi, ni de ninguno de nosotros.
Asusta
pensar que están consiguiendo que la gente se canse, que nos resignemos a
aceptar esta situación como una enfermedad crónica y aprendamos a vivir con
ella en lugar de combatirla.
A
través de las cortinas de humo que nos van lanzando y la anestesia que nos
suministran con la comunicación de masas consiguen adormilarnos para darles
tregua a los responsables del cáncer que está acabando con nuestros derechos en
nombre de los intereses del libre mercado.
Desde
niños nos enseñan a obedecer y a seguir unos cauces de adoctrinamiento para
convertirnos en un eslabón de la cadena productiva. Nos obligan a tener
idiomas, formación, habilidades, experiencia… y nos ofrecen un puesto de
trabajo con un salario insuficiente y un horario explotador.
Se
adueñan de nuestro tiempo, de nuestra atención y hasta de nuestras horas de
sueño. Dedicamos nuestra vida al sistema y cuando este nos la ahoga nos cuesta
hasta levantarnos a protestar. Y nos sobran motivos.
Nos
sobran motivos porque la educación es la base de una sociedad, son los pilares
sobre los que se construye una cultura y la estructura que sujeta a un país.
Con una educación adecuada alcanzaríamos una conciencia de valores que nos
ahorraría muchos de los problemas a los que nos enfrentamos hoy y nos
permitiría, entre otras cosas, formar candidatos capaces de dirigir un país de
una forma sana y competente.
Está
demostrado que el posicionamiento crítico es la base del desarrollo y del
avance social.
Y
es muy probable que acudir a una manifestación no derogue una ley y que una voz
al viento no cambie un sistema, pero hubo alguien que desde la India nos dijo
que casi todo lo que hagamos en nuestra
vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagamos. Del mismo
modo en el que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una
tormenta en Nueva York, según la teoría del caos todo cambio a pequeña escala
determina el resultado a largo plazo.
Y
quizás ninguno de nosotros vea cómo cae este sistema, pero al menos viviremos
encontrándole un sentido a cada cosa que hacemos y buscando la motivación en
cada rincón. Y quizás ninguno de nosotros vea cómo nace otro sistema, pero al
menos moriremos sabiendo que libramos nuestras pequeñas batallas y que algo
conseguimos cambiar.