Últimamente
me estoy sintiendo bastante sensibilizada con el movimiento feminista, lo cual
me sorprendió al principio pues pensaba que era un concepto arcaico superado
por allá por los noventa y totalmente alejado de mi, una chica moderna y
resuelta, con ideales progresistas, que se había creado en el seno de la
Igualdad. Y ahí descubrí el problema. En el artículo XIV de la Constitución.
Ese artículo que especifica que todos somos iguales y que da pie a preguntas
como ¿si ya estáis reconocidas en la ley, que más queréis?
Nosotras
ya nacimos dando por hecho que todos somos iguales, incluyendo en ese concepto
de igualdad la asignación de roles sociales según el género.
En
un país en el que predomina el patriarcado y la doble moral, vemos a diario como
a las niñas de instituto se las llama zorras por vestirse de forma insinuante,
mientras que a través de la publicidad crean una percepción del valor femenino
basado fundamentalmente en la sensualidad. Vemos como compiten por conseguir al
macho alfa, mientras que en las series juveniles caracterizan los objetivos de
las protagonistas en base al hombre que deben alcanzar para sentirse realizadas.
Vemos como se las tacha de golfas por salir con amigos teniendo pareja,
mientras que en las películas de amor nos enseñan a centrar nuestra vida en una
sola persona. Y nos parece normal.
Pero
la cuestión está en que cuando esas niñas soplan veinte, treinta, cuarenta o
cincuenta años les sigue pareciendo normal. Y el problema va más allá de que
los hombres puedan ser machistas, el problema es que el machismo está dentro de
nosotras mismas y de nuestra sociedad.
En
esta sociedad en la que, sorprendentemente, el derecho al libre ejercicio sexual, así como
el del placer físico y emocional tiene apenas veinte años, resulta aun más
sorprendente escuchar hablar de las personas con las que se ha acostado una
mujer y que la llamen puta.
En
una juventud que crece interiorizando que eso es igualdad, a las mujeres se nos
sigue exigiendo una imagen de “pureza y castidad” que bien se asemeja a la
herencia de nuestra querida Iglesia Católica, que a día de hoy sigue haciendo
publicaciones como el reciente Casate y
se sumisa del arzobispo de Granada, que deja la dignidad de la mujer a la
altura del betún.
En
una estructura social que desde el paleolítico se empeña en someter a la mujer,
parece que no se nos quedan tan atrás las pancartas de Ni putas ni santas, solamente mujeres.
Conviviendo
con una comunicación de masas sexista, en un panorama laboral en el que se nos
sigue desplazando y con una ley del aborto que nos sigue tratando como menores
de edad, para hacer real ese concepto de igualdad nos queda mucho por andar.