Tengo dieciocho años, nací en un país del primer mundo, en
una familia de clase media. Jamás me faltó un regalo el día de mi cumpleaños ni
zapatos nuevos cada invierno. He disfrutado del estado del bienestar y me
siento una gran privilegiada.
Pero el estado del bienestar no es más que otra gran mentira. Hemos creado un mundo absolutamente
insostenible. Un mundo en el que la obsesión por el consumo ha anulado
completamente nuestra esencia natural y nos ha impulsado a creer en valores
falsos tales como la apariencia, el prestigio, la ambición, el poder…
Desde que nacemos nos venden este mundo como un juego en el
que podrás triunfar por tus propios medios con una única condición: tan solo
serás un peón más absolutamente prescindible. Y lo aceptamos sin discusión.
Vivo en un Estado de derecho en el que los bancos son
rescatados con dinero público, las personas se suicidan por no poder llegar a
fin de mes y familias enteras se ven en la calle de la noche a la mañana sin
tener a donde ir. Las matriculas de las universidades públicas cuestan más de
mil euros, la mayor parte de la prensa está direccionada y ante una situación
de crisis el Gobierno actúa recortando en sanidad, educación, en salarios y en
pensiones.
No soy economista y no tengo ni idea de política, pero no
alcanzo a comprender en qué momento la humanidad aceptó convertirse en un mero número.
Sobran motivos para afirmar que este sistema es
absolutamente inviable, pero seguimos creyendo que es una utopía construir un
mundo mejor.
Un mundo en el que a través de la educación se enseñaran
valores reales tales como la igualdad, la solidaridad, el respeto y la
humildad. Un mundo que se sostuviese por un interés de compromiso con el
planeta. Un mundo que velara por el bien común, por la satisfacción de los ciudadanos.
En el que no existieran ejércitos y ni estrategias de ataque o defensa. En el
que la policía hiciera honor a sus placas y dieran ejemplo de conciliación
pacífica. En el que no existieran los paraísos fiscales ni la pena de muerte,
en el que traer a una persona al mundo no fuese decisión de ningún político. En
el que el desarrollo de la economía no implicase ninguna devastación ambiental
y en el que jamás se viera una fortuna, si una sola persona debe morir por
ello.
Pero lo cierto es que también se consideraba una utopía
salir de la esclavitud y se consiguió. Se consideraba una utopía salir del
feudalismo y se logró. Se consideraba una utopía acabar con las nefastas
condiciones de vida de la clase obrera y se alcanzó.
Será porque soy demasiado joven o demasiado idealista. Será
porque aun no me ha dado tiempo a perder la esperanza ni a dejar de luchar.
Será porque las ganas vivir me hacen amar este mundo y eso me hace creer que se
merece algo mejor.
Será por eso por lo que defiendo que las utopías son
necesarias.
Y será por eso por lo que considero que el día en el que
deje de ser una utopía, me sentiré orgullosa de llevar una bandera o de cantar
un himno.
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