Tengo diecinueve años, cambio de opinión seis veces al día y
a veces ni siquiera soy capaz de aguantar la avalancha de pensamientos que me
inundan la mente. Supongo que por eso escribo, para poder poner en orden mis
propias convicciones.
Desde que nací he intentado adaptarme al mundo interiorizando
sus roles y normas. Distinguiendo el bien del mal, lo correcto de lo
incorrecto, lo aceptable de lo inaceptable… pero hace poco me di cuenta de lo
peligroso que resulta someterlo todo a las normas de la regularidad. Estamos
acostumbrados a encasillarlo todo en cajones previamente establecidos, a dar
pasos sobre huellas ya marcadas.
Actuamos intentando controlar todo lo que ocurre a nuestro
alrededor, como si todo fuese estable cuando ni siquiera el mundo en el que
vivimos lo es. No te bañarás dos veces en
el mismo rio, decía nuestro amigo Heráclito, y así es. Todo está en
continuo cambio y evolución, aunque nos esforcemos en establecer patrones de
respuesta ante cada situación que se nos presente.
Desde hace tiempo mi única obsesión es hacer de mi misma una
persona lo suficientemente grande como para aportar algo valioso al mundo. Y
por ello he medido cada uno de los pasos que he dado, decidiendo a conciencia
los caminos que debía tomar.
Sin embargo nunca tuve en cuenta aquellas decisiones que no
tomamos por nosotros mismos, aquellas cosas que llegaron por sorpresa y nos
partieron los esquemas, aquellos pasos que dimos en falso o aquellas caídas que
nos hicieron darnos de bruces contra el suelo. Cuando me enfrentaba a algo así tenía
la sensación de que eran piedras en el camino, obstáculos que me dificultaban
las cosas y me impedían avanzar. Hasta que en una de esas te das cuenta de que
el suelo también te da otra perspectiva de las cosas, lo que antes veías desde
arriba ahora lo ves desde abajo y las cosas cambian. No son pasos en falso, son
pasos equivocados que te enseñaron a entender que sencillamente ese no era el
camino. Sin más.
He tenido el peso del fracaso en cada error que he cometido,
sin pensar que cada uno de esos errores me ha enseñado más que las diez
victorias anteriores. Y que, como alguien me dijo alguna vez, el éxito solo es
una acumulación de fracasos.
Porque a veces nos encerramos en paraísos mentales, por el
mero hecho de que son más fáciles de asumir, hasta el punto de que en algún
momento acabamos tragando arena. Pero cada experiencia siempre guarda algo de
valor, que interiorizado de una forma correcta nos puede ayudar a hacernos cada
día más grandes. Porque un león ruge más fuerte herido… y porque caernos al suelo nos puede permitir
impulsarnos con más fuerza.
Y es que a veces es necesario perderse para poder
encontrarse.
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